Healing in the Years of Pestilence

By ROBERTO Dr. CINTLI RODRIGUEZ

I have a friend who I hesitate to name because I find it difficult to explain her existence; one day she did not exist and next thing you know, we’re virtually running partners. She’s actually a healer and perhaps that explains the attraction; I’ve always been surrounded by healers.

The thing is, as a life-long writer, I’ve written about every topic, except the healers in my midst.

My mother was a healer who prayed to the four directions. Once, when a priest collapsed in a packed church, my mother made her way to the front, prayed over him, then got the entire congregation to also do the same. While praying over him with a cross, he jumped back up like a jumping jack and asked her for the cross. Because it was a family cross – used on my father who had been given his last rites, and lived another 25 years – she refused, but later brought him a similar one.

Due to living through several traumas, I was always being told that I needed to heal. I always resisted that, insisting that those that cause traumas are the ones that need to heal. Same story about forgiveness, believing that human rights abusers should indeed be forgiven, from their prison cells.

But now, all that was about to change. I remember the big build-up. I asked my new friend to give me a limpia — a healing session – to heal all my traumas. I told her that I might even cry uncontrollably because I have not cried in a generation and probably have some 40-years-worth of pent-up susto profundo, or deep trauma, within me — despite once having been successfully treated for PTSD.

I told her about a group of survivors of torture and political violence that I belong to. One time, we circled up; survivors only. No lawyers, activists or medical professionals, etc. Everyone shared their testimonio in cleansing tears, though none of them rolled down my cheeks. Even when my parents passed on to spirit world, I forced myself not to cry. That’s why I felt the need for a limpia.

So the big day came and during the limpia, I actually felt no urge to cry or to break down or to be consoled, etc. Instead, I felt affirmed and I was calm. I’m not sure when it was the last time I had been this calm. Decades probably. Afterwards, I told her that she had healed me long before she had given me that limpia.

She told me she didn’t quite understand. It didn’t matter. I thanked her and left.

I had asked her for a limpia because, soon after I met her, she had invited me to group yoga at a health fair. It actually ended up being group meditation. Regardless, I saw its calming effect on everyone, including me. Afterwards, I asked her to do the same for me when my book on violence was released. I feared re-traumatization. And she did. Several times. After that, I asked her to do the limpia on me.

This probably makes no sense to most people, but I no longer feel that massive urge to cry or to break down. How do I explain it? My intuitive answer is that those that fight for social justice, have always been more preoccupied with fighting against injustices than with our own mental or spiritual health. I brought this up to another friend and she broached the topic of self-care, of the need for those that engage in human rights and liberation struggles to take care of themselves because most often end up absorbing the ugliness of the world. The misogyny and the extreme racism of our times is rampant and is expressed daily, often in violent ways. It manifests on the national scene, primarily emanating from the seats of power, but also in our daily lives. As happens to healers, those that struggle, often absorb that toxicity, that indeed is ugly and can be deadly.

My friend does have a name, though for this purpose, as an elder observed, I will simply refer to her as: Ojos de Jaguar. I acknowledge the gifts of this healer, who heals everyone from children to elders, both through her spirit, her touch and her voice. Healers have a very special place in traditional communities, though they are often dismissed by a society dominated by profit and the pharmaceuticals. During the 1500s through the 1800s – the 300-year colonial era – healers were often put to death, especially women, primarily because the invading colonists feared their knowledge and power.

I agree that those who struggle for social justice do indeed need a little bit of that self-care. And thanks indeed to all the healers in our midst, especially during these most turbulent and dangerous of times.

Roberto Dr. Cintli Rodriguez is an associate professor at the University of Arizona and is the author of several books including “Our Sacred Maiz is Our Mother” (2014) and “Yolqui: A Warrior Summoned from the Spirit World” (2019). Email XColumn@gmail.com.

Curación en los años de la pestilencia

Por Roberto Dr. Cintli Rodriguez

Tengo una amiga que dudo en nombrar porque me resulta difícil explicar su existencia; un día ella no existía y de repente, ahora prácticamente somos socios. En realidad, es una sanadora y tal vez eso explica la atracción; Siempre he estado rodeado de sanadoras.

La cuestión es que, como escritor por toda mi vida, he escrito sobre todos los temas, excepto las sanadoras en mi medio.

Mi madre era una sanadora que rezaba a las cuatro direcciones. Una vez, cuando un sacerdote se derrumbó en una iglesia llena, mi madre se dirigió al frente, oró por él y luego hizo que toda la congregación hiciera lo mismo. Mientras rezaba por él con una cruz, saltó hacia atrás como un gato saltador y le pidió la cruz. Como se trataba de una cruz familiar, utilizada por mi padre a quien le habían dado sus últimos ritos y vivió otros 25 años, ella se negó, pero más tarde le trajo uno similar.

Debido a que viví varios traumas, todo mundo siempre me decían que necesitaba sanar. Siempre me resistí a eso, insistiendo en que aquellos que causan traumas son los que necesitan sanar. La misma historia sobre el perdón, creyendo que los abusadores de derechos humanos deberían ser perdonados dentro de sus celdas de prisión.

Pero ahora, todo eso estaba a punto de cambiar. Recuerdo la gran anticipación. Le pedí a mi nueva amiga que me diera una limpia, una sesión de curación, para curar todos mis traumas. Le dije que incluso podría llorar incontrolablemente porque no había llorado en una generación y probablemente tenía unos 40 años de susto profundo acumulado o un trauma profundo dentro de mí, a pesar de que una vez había sido tratado con éxito por mis traumas.

Le conté sobre un grupo de sobrevivientes de tortura y violencia política a la que pertenezco. Una vez, nos juntamos; solo sobrevivientes. Sin abogados, activistas o profesionales médicos, etc. Todos compartieron su testimonio en lágrimas de limpieza, aunque ninguno de ellos rodó por mis mejillas. Incluso cuando mis padres pasaron al mundo espiritual, me obligué a no llorar. Por eso sentí la necesidad de una limpia.

Así que llegó el gran día y durante la limpieza, en realidad no sentí ganas de llorar, de derrumbarme o de ser consolado, etc. En cambio, me sentí afirmado y estaba tranquilo. No estoy seguro de cuándo fue la última vez que estuve tan tranquilo. Décadas probablemente. Después, le dije que me había curado mucho antes de que me diera esa limpia.

Ella me dijo que no comprendía. No importaba. Le di las gracias y me fui.

Le pedí una limpia porque poco después de conocerla, me invitó a un grupo de yoga en una feria de salud. En realidad, terminó siendo una meditación en vez de yoga. De todos modos, vi su efecto calmante en todos, incluyéndome a mí. Después, le pedí que hiciera lo mismo por mí cuando se lanzó mi libro sobre violencia. Temía volver a traumatizar. Y ella lo hizo. Varias veces. Después de eso, le pedí que me hiciera la limpieza.

Esto probablemente no tiene sentido para la mayoría de las personas, pero ya no siento esa necesidad masiva de llorar o descomponerme. ¿Cómo lo explico? Mi respuesta intuitiva es que aquellos que luchan por la justicia social, siempre han estado más preocupados con la lucha contra las injusticias que con nuestra propia salud mental o espiritual. Le comenté esto a otra amiga y ella abordó el tema del autocuidado, de la necesidad de que quienes se dedican a los derechos humanos y las luchas de liberación se cuiden a sí mismos porque la mayoría de las veces terminan absorbiendo todo lo malo del mundo. La misoginia y el racismo extremo de nuestro tiempo son rampantes y se expresan diariamente, a menudo de manera violenta. Se manifiesta en la escena nacional, principalmente emanando de los asientos mas alto del poder, pero también en nuestra vida cotidiana. Como les sucede a los curanderos, aquellos que luchan, a menudo absorben esa toxicidad, que de hecho es fea y puede ser mortal.

Mi amiga tiene un nombre, aunque para este propósito, como observó una anciana, simplemente le llama: Ojos de Jaguar. Reconozco los dones de esta sanadora que cura a todos, desde niños hasta ancianos, tanto a través de su espíritu, su toque y su voz. Los sanadores tienen un lugar muy especial en las comunidades tradicionales, aunque a menudo son despedidos por una sociedad dominada por las ganancias y las compañías farmacéuticos. Durante los años 1500 y 1800, la era colonial de 300 años, los curanderos y curanderas a menudo fueron ejecutados, especialmente las mujeres, principalmente porque los colonos invasores temían su conocimiento y poder.

Estoy de acuerdo en que aquellos que luchan por la justicia social realmente necesitan un poco de ese cuidado personal. Y, de hecho, gracias a todas y todos los sanadores en nuestro medio, especialmente durante estos tiempos más turbulentos y peligrosos.

From The Progressive Populist, May 15, 2020


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